Juan Ramón Jiménez es uno de los grandes y mayores poetas españoles, nacido en Moguer, Huelva, en 1881 y fallecido en San Juan, Puerto Rico, en 1958. Prueba de su alta calidad literaria se le reconoce con la entrega del Premio Nobel de Literatura en 1956. Tres días después muere su esposa y sólo sobrevivió dos años a la muerte del gran amor de su vida. Prueba del amor que le dedicaba son estas palabras que repetía continuamente en estos dos años. Un amor verdadero, pasional, confiado y sincero.
¿A dónde estas amor de mi vida?
Allí. Allí estás tú
Tú tienes la armonía y la paz,
pero yo no la tengo
Hasta que un día estemos juntos,
en la armonía y la paz de la otra vida.
Esto nos demuestra de nuevo la gran sensibilidad del autor. Este carácter sensitivo le acompañó durante toda su existencia, no en vano tuvo que pasar parte de su juventud ingresado por enfermedad mental tras la muerte de su padre y los problemas económicos que atravesaba su familia. Más adelante en su vida la depresión fue también una compañera más.
Este carácter lo refleja en el poema La cojita, perteneciente a un libro inédito de Juan Ramón Jiménez llamado
Historias de Monsurio datado entre 1909-1912, y aparece publicado en una edición de Antonio Sánchez Romeralo Historias
de sus antologías, concretamente en Leyenda. En esta época incorpora un acento social, una apertura a una realidad más amplia, y habla con tristeza y ternura sobre las diferencias existentes de niños distintas capacidades. Gracias a su sensibilidad podemos encontrarnos poemas como este, donde nos muestra la impotencia de una niña queriendo jugar continuamente, de ahí el repetir sus palabras “espera, voy a coger la muleta” y la crueldad del resto de los niños con los que quiere jugar que no esperan por ella. Aún así la niña sigue sonriendo…
LA COJITA
La niña sonríe: ¡Espera,
voy a coger la muleta!
Sol y rosas.
La arboleda movida y fresca,
dardea limpias luces verdes.
Gresca de pájaros, brisas nuevas.
La niña sonríe: ¡Espera,
voy a coger la muleta!
Un cielo de ensueño y seda,
hasta el corazón se entra.
Los niños, de blanco, juegan,
chillan, sudan, llegan:
¡Nenaaa!
La niña sonríe: ¡Espeeera,
voy a coger la muleta!
Saltan sus ojos. Le cuelga
girando, falsa, la pierna.
Le duele el hombro.
Jadea contra los chopos. Se sienta.
Ríe y llora y ríe: ¡Espera,
voy a coger la muleta!
¡Mas los pájaros no esperan;
los niños no esperan!
Yerra la primavera.
Es la fiesta del que corre
y del que vuela...
La niña sonríe: Espera,
voy a coger la muleta!
Perteneciente a esta época sensitiva pertenece también la obra que se hizo más popular del poeta, Platero y yo, fechada por su autor en 1914. Escrita en una maravillosa y cercana prosa, recrea poéticamente la vida y muerte del burro Platero. También encontramos referencias a una persona con una discapacidad, en el capítulo XXXVIII, al que denomina Niño tonto.
Siempre que volvíamos por la calle de San José, estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los demás. Un día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal viento negro, no vi ya al niño en su puerta. Cantaba un pájaro en el solitario umbral, y yo me acordé de Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó sin su niño, le preguntaba por él a la mariposa gallega:
Volvoreta d’aliñas douradas...
Ahora que viene la primavera, pienso en el niño tonto que desde la calle de San José se fue al cielo. Estará sentado en su sillita, al lado de las rosas únicas, viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el dorado pasar de los gloriosos.
Páginas a consultar sobre el autor, su biografía y su obra:
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